22/12/10

Un impacto emocional (Vertigo)

Vértigo. Trastorno del sentido del equilibrio caracterizado por una sensación de movimiento rotatorio del cuerpo o de los objetos que lo rodean. John “Scottie” Ferguson, el personaje de James Stewart no puede subirse a lugares altos. Se marea. Se asfixia, entra irremediablemente en un espiral del que no puede salir. El espiral de los títulos de crédito del gran Saul Bass. El espiral en el cabello de la rubia Kim Novak. Ferguson y el espectador empiezan a entrar en el espiral cuando éste decide seguir a Madeleine, la mujer de su amigo, la rubia fatal de las películas de Alfred Hitchcock, el personaje resultado de todas las filias y fobias del director, una creación realizada a partir de los deseos más íntimos del maestro del suspense. Y de sus frustraciones. Es un espiral de sensaciones, de emociones. La película es esto. 

La primera parte nos ayuda a entrar en este espiral. Algo se palpa en el ambiente, en la atmósfera cargada, amenazante, irreal. Los quince minutos en los que Scottie sigue a Madeleine sugieren al espectador algo más, algo que nos será desvelado en la segunda parte del film. La trama importa más bien poco, la intriga se termina a mitad de la película, cuando Hitchcock decide enseñar a los espectadores que todo es trampa. Que hay dos. Nos da a entender que es sólo el pretexto de la película, la excusa para empezar a sugerirnos algunos temas y acabar adentrándonos en ellos a partir de la hora y pico de metraje, después de la muerte en el campanario, después del juicio, cuando empieza a salir a la luz una obsesión que nos había sido apuntada anteriormente en la mirada lasciva de Scottie. Y es que la palabra vértigo es, también, turbación del juicio, según la Real Academia Española. Turbación producida por un choque emocional importante. La depresión del personaje de Stewart es real, existe, su cara lo dice todo. Esta depresión da lugar a una obsesión enfermiza. Estamos en la parte más intrincada del espiral más barroco. ¿Ella es real o es un sueño? El universo de Ferguson se embrutece. Es un universo atormentado, malsano. Una historia de amor enfermiza. Y aquí llega la manipulación del otro. La mujer como objeto para lograr la resurrección tan deseada. Un mero instrumento para suplir carencias. Y el final trágico. Dicen que las obsesiones no tienen happy ending.



Todo esto y un torrente de sensaciones más se reúnen en esta película. Una película densa, seductora, inquietante. Hitchcock logra crear una atmósfera perversa que le exime de hacerse valer de su instrumento más preciado: el suspense. En Vértigo todo lo que vemos es una sucesión de hechos que desembocan en el principal tema del film: la obsesión amorosa del protagonista, que le lleva a entrar en los terrenos pantanosos de la necrofilia. A través de la puesta en escena, la fotografía basada en colores como el rojo y el verde, y la incómoda pero genial banda sonora de Bernard Herrman, la película se adueña del espectador, lo agarra con su serie de imágenes hipnóticas y le hace partícipe excepcional de la obsesión de Scottie. Éste es el principal logro del film, la capacidad de absorberte el raciocinio para adentrarte irremediablemente en un tortuoso pasillo laberíntico, creado por formas, colores y apariencias. Un ambiente casi indescriptible. No importa tanto que el guión flojee en ciertos tramos, no importa que después de intercambiar cuatro palabras los dos personajes ya se amen, no importa que Kim Novak tenga tanto miedo de las monjas que se caiga estando a una distancia considerable del límite de la repisa; tampoco importa que sea tan necia de ponerse el colgante de la mujer muerta. Lo más importante de la película es la extraña belleza de sus planos, las imágenes hipnóticas combinadas con las partituras de Herrman y las sensaciones que te hace llegar. De confusión, de obsesión, de amor irrefrenable, de locura, de perversión. 


14/12/10

Ethan al desnudo (Centauros del Desierto)

De Centauros del desierto se pueden destacar muchos aspectos: desde la fotografía, con la grandiosidad y belleza del Monument Valley, hasta la gran banda sonora de Max Steiner. Pero nada resalta tanto como la construcción psicológica de su protagonista, Ethan Edwards, interpretado por John Wayne. Su personaje es uno de los más complejos de todas las obras que conforman la filmografía de este genio del western llamado John Ford. Un personaje que podrá gustar mucho o poco, pero que es presentado con una hondura psicológica extraordinaria. Ethan Edwards es un personaje antipático, tosco, egoísta, desagradable, cruel, triste. A través de engranajes lo más sutiles posibles, esto son gestos, miradas, objetos, etc., Ford va construyendo de manera implícita el personaje, sin darnos nosotros apenas cuenta. Así, por ejemplo, sabemos que está amargamente enamorado de la mujer de su hermano a través precisamente de lo que no se dicen. Flota en el aire. Son sus miradas esquivas, sus gestos reprimidos, los que nos indican que en un pasado puede que algo hubiera pasado.

Este pasado forma parte esencial de la identidad de Ethan Edwards, un pasado oscuro del que no sabemos prácticamente nada y que le impide adaptarse o integrarse en ningún tipo de ámbito, ya sea social o familiar. Seguramente la guerra y algún que otro hecho han provocado en él este recelo hacia las personas que lo rodean, un recelo que se transforma en odio cuando se trata de los indios. Provocado por la muerte de su familia a cargo de la tribu liderada por el jefe Scar, Edwards también tiene una actitud racista explícita, descarada y agresiva contra los indios. O al menos durante gran parte del metraje. Les dispara incluso después de que se rindan y intenten escapar, como podemos observar en la escena del río. Es un tipo con unas cualidades que provocan que sea imposible empalizar con él, pero sin embargo, a medida que la película avanza, nos vamos sintiendo inconscientemente atraídos por su particular personalidad. Edwards sufre una evolución clara pero lenta. Se abre poco a poco. Su relación con los demás se suaviza, lo podemos comprobar con su sobrino Martin Pauley. A pesar de que su comportamiento se basa con frecuencia en reacciones primarias, compulsivas, sus ideas van perdiendo su carga de maldad para acabar aceptando a su sobrina Debbie, ya una india más, y llevársela a casa, donde realmente pertenece. Sin embargo, esta ligera flexibilidad en su personalidad no quita que siga siendo un personaje crudo, visceral.




Si el personaje interpretado por John Wayne incorpora multitud de dimensiones, no se puede decir lo mismo de otros personajes, en especial de Debbie, la sobrina secuestrada por los indios. Ahí radica uno de los aspectos negativos del film. La construcción de Debbie, que representa el objetivo final del protagonista, es pobre y su personalidad, muy confusa. Hay un cambio demasiado brusco entre la Debbie que rechaza marcharse del poblado indio en la escena donde John Wayne está a punto de dispararle, y la Debbie que cae rendida en los brazos de su tío y acepta gratamente volver a casa, en una de las escenas finales, olvidándose de su determinación de quedarse con “su pueblo”, como ella llama a los comanches. Su personalidad tenía que estar algo más trabajada; sin embargo, probablemente la formación cultural de John Ford le hacía muy difícil de imaginar otro desenlace que no fuera el regreso de Debbie a sus orígenes.


3/12/10

Savoir faire (Luna nueva)

Cuando pienso en Howard Hawks una de las primeras características que me vienen a la cabeza es la integridad moral de la que hacen gala muchos de los personajes que aparecen en sus trabajos. Pienso, por ejemplo, en John T. Chance, encarnado por un siempre espléndido John Wayne, en Río Bravo. El sheriff que, a pesar de contar solamente con la ayuda de un borracho y un tullido, asume los riesgos de su profesión y cumple con su deber absteniéndose de pedir ayuda a los ciudadanos. Chance es un profesional tal y como lo concibe Hawks. Esta profesionalidad también podemos encontrarla en Luna Nueva, comedia basada en la obra de teatro The Front Page, de Ben Hecht y Charles MacArthur. La encontramos escondida en los entresijos del mundo del periodismo, retratado por Hawks como un mundo en el que las personas que se mueven a su alrededor se guían sólo por los intereses y por el afán de protagonismo. Es entre la maleza, entre las disputas protagonizadas por periodistas y políticos, entre las ansias de poder, donde finalmente sale a la luz desde algún rincón la capacidad de los seres humanos de permanecer íntegros, profesionales. Así, el personaje interpretado por Cary Grant, Walter Burns, el director del periódico Morning Post, caracterizado durante casi todo el metraje cómo un hombre maquiavélico y conspirador, que intenta de todas las formas posibles que su exmujer, Hildy Johnson, no se vaya a vivir con su actual pareja y en consecuencia deje el diario, al final saca su entereza de algún lugar recóndito y le dice a Hildy que debería ir marchando, que su pareja la está esperando, que se dé prisa, que intentaba hacer algo noble por una vez en la vida. Este contrapunto, este momento de inflexión en la personalidad de Burns nos permite vislumbrar que, a pesar de todo, al final las personas son buenas. Almenos según Hawks.


En el personaje de Hildy Johnson esta integridad aparece más marcada y la podemos observar, por poner un ejemplo, en la defensa que hace de Molley Malloy, una pobre mujer víctima de las ansias de los periodistas por ser sensacionalistas y vender más ejemplares. La secuencia en cuestión también nos va bien para ver esta profesionalidad en los distintos periodistas, personajes secundarios, que aparecen en la película. Todos ellos parecen no tener escrúpulos, siempre buscando lo morboso de la noticia. En el film son crueles con Molley, pero cuando ésta les alecciona con un discurso sincero y penetrante, los periodistas reflexionan y se sienten mal. Lo podemos notar con el freno repentino del ritmo de la narración. Hay silencio. Están abatidos por su conducta. Antes eran unos profesionales. Ahora se dan cuenta que nada queda de todo aquello.

Como hemos comentado, todo esto ocurre en un marco como es el del periodismo y la confluencia –o divergencia- de intereses respecto a la política. Hawks realiza un retrato muy lúcido de este mundillo, presentando en pantalla una serie de temáticas que aún permanecen vigentes hoy en día. Y ya han pasado sesenta años. El sensacionalismo, la ética periodística, los valores en entredicho, la relación que se produce irremediablemente con el sector político… todos estos temas aparecen en Luna Nueva, todos ellos elementos de una comedia con ritmo frenético y profusión de diálogos –geniales y rapidísimos- con una acción que se sitúa casi siempre en el mismo lugar pero que, sin embargo, no da tregua ni respiro. Esta característica es posible, en gran parte, gracias a las estupendas interpretaciones de los actores –especialmente los dos principales, Cary Grant y Roselind Russell- y gracias también al magnífico guión que procede de la obra teatral. Por algún motivo será que se han hecho hasta cuatro versiones hasta la fecha de este trabajo de Hecht y MacArthur.